Las caricaturas tienen una virtud: al exagerar los rasgos, hacen que se vean mejor. Así las cosas, el escándalo Fillon alcanza cierta forma de perfección. Todo se concentra en él. Las pequeñas maniobras llevadas a cabo para transvasar el dinero público a su propio bolsillo; las fabulosas hipocresías que juran y mienten en el mismo movimiento; los pánicos; los aduladores, los seguidores, los precursores, los valientes, los acongojados, las apelaciones al pueblos; los planes de comunicación que sacan de una chistera de domingo al conejo Penelope; los periodistas de investigación que revelan los hechos; los periodistas partidistas que se prestan a los chanchullos; los jueces que instruyen; los jueces a los que se acusa; las voces que hablan de complot, de conspiración, de golpe de estado, de guerra civil...
A la panoplia no le falta detalle: ni las maniobras diversas, ni las divagaciones, ni la invocación ritual al general De Gaulle. Asistimos al punto álgido de una deriva personal y colectiva. Nos habla de un hombre, de los que le apoyan, de los que le abandonan, de los que querrían estar con él, de los que querrían desconectarlo, pero también y, ante todo, del estado colectivo. De la naturaleza de las instituciones en Francia.
En este sistema, todo se reduce a una sola figura. Lo sabíamos ya, pero lo redescubrimos ahora con horror. El principio mismo de la elección del presidente por sufragio universal, que otorga enormes poderes a un hombre providencial, sin equilibrarlos con contrapoderes reales, estaba pensado para reforzar la potencia del político. Por el contrario, lo vacía de su sustancia.
El aforismo fundador del gaullismo, que habla del « rencuentro de un hombre y de un pueblo », ha pasado a ser un simple llavero para los que ambicionan abrir las puertas del Elíseo. Durante el pasado fin de semana, los últimos apoyos de François Fillon no han dejado de adularlo. Este hombre, abandonado por los suyos, desenmascarado por la prensa, perseguido por la justicia, rechazado por la opinión, ha aludido continuamente a ese vínculo exclusivo que superaría al Poder Judicial, al Poder Legislativo y al Poder Ejecutivo.
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