¿Cuál es la función del periodismo? ¿Retransmitir las palabras del Gobierno, sus comunicados o su propaganda? ¿O revelar informaciones de interés público, silenciadas u ocultadas? ¿O creer sin verificación alguna las promesas, declaraciones y desmentidos oficiales? ¿O confrontarlos con la realidad de acciones, decisiones y comportamientos? ¿Contentarse con la pérdida de confianza pública en las instituciones y los funcionarios electos? ¿O hacer avanzar la causa de la democracia, respetando su promesa original: la igualdad de derechos?
Si planteamos estas preguntas elementales, es porque, en el affaire Rugy, un cierto ruido mediático, alimentado por la propaganda oficial, podría sembrar la duda sobre los fundamentos de nuestra profesión. No somos ni delatores ni nihilistas, utilizando los elementos de lenguaje del poder macronistas, somos simplemente periodistas alentados por el deseo de elevar y mejorar la democracia a través de la toma de conciencia provocada por nuestras investigaciones.
En el caso que nos ocupa, la cuestión se centra en el uso privativo y discrecional, a su antojo y sin control independiente, de los bienes de la República por aquellos que la representan y la gobiernan, diputados y ministros. Ninguno de los hechos revelados por Mediapart (el precio de las reformas de confort en el apartamento del ministro de Ecología, o la frecuencia de las cenas amistosas en la residencia del presidente de la Asamblea Nacional), ha sido contestado por los informes oficiales publicados el martes 23 de julio (lea nuestros artículos, aquí y aquí, en francés).
Si bien estos informes han sido realizados por organismos desprovistos de independencia funcional –uno obedece al primer ministro, otro depende del presidente de la Asamblea (leer aquí, en francés, nuestros análisis)-, ambos confirman la utilidad pública de nuestras informaciones, obligando a los propios gobernantes y representantes a cuestionarse: Édouard Philippe acaba de difundir una circular sobre la « ejemplaridad de los miembros del Gobierno »; Matignon ambiciona, en particular, regular mejor las obras realizadas en los apartamentos privados de los ministros; la Asamblea Nacional reflexiona sobre un mejor control de los gastos personales de su presidente y su presidencia ha anunciado la creación de un grupo de trabajo para responder a este fin.
En definitiva, este es el interés, en beneficio de la República, de una prensa libre e independiente... Sin mencionar que a nuestras investigaciones sobre las cenas parlamentarias y sobre las reformas del apartamento ministerial, se añaden otras informaciones, no abordadas por los dos informes, incluidas aquellas que terminaron provocando la dimisión de François de Rugy del Gobierno (consulte todos nuestros artículos en nuestro dosier). De hecho, no ha sido contradicho que nuestras últimas preguntas sobre el uso de sus indemnizaciones parlamentarias antes de 2017, pusieron al ministro en una situación bochornosa e irreversible debido a las consecuencia fiscales, incluso penales, que estas podrían acarrear (lea nuestros artículos aquí y aquí).
Leer más
Que el caso Rugy no sea excepcional, como el periodismo acostumbrado a frecuentar los palacios nacionales repite con deleite, no es nada reconfortante, al contrario. A través del caso ejemplar de un joven político (45 años), que nunca ha tenido otro modo de sustento que la política profesional (comenzó a los 18 años), y que se presentaba como un renovador (pasando de la formación ecologista EELV al partido de Macron LREM) queriendo poner fin a las malas prácticas, Mediapart ha querido plantear una doble cuestión política: aquella de la coherencia entre los discursos y los actos, aval esencial de la confianza de nuestros conciudadanos; y aquella de la apropiación material de la República por quienes la encarnan o administran.
Desde este punto de vista, lo único que hemos hecho es recordar los discursos y compromisos asumidos durante las primeras horas de la presidencia de Emmanuel Macron. Finalmente, desgastado y limitado –al igual que su autor, François Bayrou, quien no pudo continuar en el Gobierno al verse salpicado por el affaire de los asistentes parlamentarios europeos de su formación política MoDem-, el primer proyecto de ley del quinquenio versaba sobre esta cuestión. El recuerdo del caso Fillon, el inesperado escándalo que facilitó la elección del candidato de En Marche!, desacreditando al candidato conservador de Los Republicanos, estaba tan cerca que un « procedimiento acelerado » fue reclamado para este proyecto de ley destinado a « restablecer la confianza en la acción pública », según su título inicial.
La exposición de razones de lo que se convertirá en una doble ley -ordinaria y orgánica-, « para la confianza en la vida política » podría oponerse, palabra por palabra, a los gritos estridentes de editorialistas y cortesanos que, ante nuestro trabajo, se escandalizan por una supuesta dictadura de la transparencia o por una caza imaginaria contra un hombre. « La transparencia con respecto a los ciudadanos, la probidad de los funcionarios electos, la ejemplaridad de su comportamiento -se puede leer-, constituyen exigencias democráticas fundamentales. Contribuyen a fortalecer el vínculo entre los ciudadanos y sus representantes, como deben fortalecer los cimientos de nuestro contrato social ».
« Nuestra vida pública necesita hoy un “shock de confianza” », proclamaba este primer acto legislativo del quinquenio, desmentido rápidamente por los hechos que remarcamos a lo largo de los tres primeros meses de la presidencia de Macron (leer aquí). Un año después del affaire Benalla, el affaire Rugy plantea, a niveles diferentes, una misma cuestión: la ejemplaridad, sin la cual la confianza democrática y cívica no volverá. Defender este principio durante el período electoral para olvidarlo una vez en el poder supone, obviamente, debilitar la República, su crédito, su palabra y su imagen.
De Benalla a Rugy, el ciego apoyo que las más altas esferas del Estado les acordaron, prueba que esta ejemplaridad no está de actualidad. Y si Mediapart ha podido dar la impresión de novelizar el affaire Rugy, es porque numerosos testigos, en el mismo corazón de nuestras instituciones, se alarmaron. Al despedir sin miramientos a su jefa de gabinete, inmediatamente después de nuestras revelaciones sobre la vivienda social que ocupaba en París (leer aquí, en francés, nuestra investigación), François de Rugy alentó a buenas voluntades ciudadanas a dejar de lado sus reservas, pues el entonces ministro hacía gala de una ejemplaridad de geometría variable, válida para sus colaboradores y no para él mismo.
« Ahora debemos concretizar la promesa de una renovación de prácticas », afirmó François de Rugy el día después de su elección como presidente de la Asamblea Nacional. En esta entrevista del 14 de septiembre de 2017 en el Courrier du Parlement, Rugy evocaba « reformas demasiado tiempo retrasadas », destacando que « los franceses nos están esperando » ya que « hay una fuerte expectativa » y estimaba que « hay una verdadera cuestión sobre la transparencia »: « Ya se ha hecho mucho, pero no es suficiente. Debemos ir más lejos. Debemos salir de esta cultura de la opacidad y el secreto que fomenta la desconfianza y el antiparlamentarismo.»
No hemos hecho más que retomar palabra por palabra, las suyas propias, a este poder y a este político. Subrayar la amnesia que, en el ejercicio de sus funciones, termina venciéndoles, es ser fiel a la exigencia democrática. Así, para defenderse, François de Rugy criticaba recientemente el modelo sueco de transparencia y control de los gastos gubernamentales, si bien en 2017 lo elogiaba, prometiendo « inspirarse en las buenas prácticas extranjeras sobre cuestiones parlamentarias a la vanguardia en ciertos temas: Suecia, sobre las cuestiones de transparencia ».
Inscribiéndose en un trabajo de largo recorrido de Mediapart sobre el control de la integridad de los diputados y ministros (recordado por Michaël Hajdenberg en este artículo, en francés), nuestras investigaciones sobre el affaire Rugy ponen de relieve el inmenso arcaísmo francés en esta área, confirmado por muchos investigadores tras la publicación de nuestras revelaciones (lea los análisis del sociólogo Pierre Lascoumes, del historiador Christian Delporte, del jurista Matthieu Caron). Palacios nacionales, gastos de funcionamiento, obras de confort, personal de servicio, combinación de lo público y lo privado, ausencia de control independiente, opacidad sobre los gastos, tolerancia ante los abusos, impunidad frecuente, etc.: no es necesario viajar a Suecia para sorprenderse ante todas estas facilidades, impensables en Gran Bretaña, por ejemplo.
Francia no solo es monárquica debido a la tan poco limitada extensión del poder presidencial, también lo es debido a las costumbres, hábitos y concesiones que resultan de esta apropiación de la voluntad de todos por el poder de una sola persona: este sentimiento demasiado extendido entre las elites parlamentarias y gubernamentales de que las provisiones de la República están a su servicio, si bien al contrario deberían garantizar un uso menos costoso y más económico de los fondos públicos. No es solo una cuestión de virtud moral, sino sobre todo de eficacia política: el consentimiento ciudadano de los impuestos implica la certeza de que el dinero público no se dilapida con fines personales o fútiles.
Detrás de las comodidades de esta República hostelera aparece una cuestión tabú: el enriquecimiento acelerado a través de la política profesional, sus puestos y sus carreras, sus comodidades y facilidades, dicho de otro modo, la distancia social que estos nefastos hábitos terminan creando entre el pueblo y sus representantes. La indecencia de la que hacen gala, es la prueba de que no saben contenerse, limitarse o retenerse, es una violencia simbólica para la masa de ciudadanos que termina convirtiéndose en un acentuado desprestigio, cóleras y resentimientos.
En otras palabras, no son nuestras revelaciones las que arruinan a la República, sino las prácticas que éstas desvelan.
Versión y edición española : Irene Casado Sánchez.
- Lire le article en français : Cette République hôtelière qui discrédite la France