De nuestra enviada especial en Nador y Ceuta (Marruecos).- Majdouline se rasca por debajo del jilbab negro, el largo caftán de licra que le cubre el cuerpo y el cabello. Sufre una erupción. « Ansiedad, pero también sarna o una afección similar », estima el farmacéutico que le ha vendido un jabón antibacteriano. Vive en un mísero hotel de Nador donde se hacinan decenas de familias sirias, que permanecen bloqueadas por las autoridades marroquíes en su errático camino en busca de ‘El Dorado’ europeo. Hace tres meses que vaga por esta ciudad del noreste marroquí, en la frontera española con la ciudad autónoma de Melilla, en la costa de África, la única frontera terrestre, junto con Ceuta, que separa África de la Unión Europea. Imposible franquear con un pasaporte sirio los escasos metros que la separan de este pequeño pedazo de Europa de 12 kilómetros cuadrados. La « ciudad ocupada », tal y como la denominan las autoridades marroquíes, está protegida por una triple valla de seguridad por la que Bruselas ha pagado 33 millones de euros.
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