En la mañana del 18 de noviembre de 2018, en la isla de Lesbos, Grecia, hace frío. Moria, el enorme campamento de refugiados, y sus casi 5.000 recién llegados se despiertan con los pies en el barro, en tiendas de campaña en las que filtra el agua de la lluvia. Fannis*, educador de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), dependiente de la ONU, entra en la « zona segura », el espacio alambrado reservado a los menores no acompañados. El trabajador social empuja la puerta del almacén y descubre una rata muerta en una caja de mandarinas. No es la primera vez que la miseria se cuela en los grandes contenedores que se utilizan como alojamientos, pero el profesional insiste en anotar la misma frase en el cuaderno de bitácora: « Grave problema con las ratas y peligro de transmisión de enfermedades a los beneficiarios y al personal ».
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