El mensaje, simplista y maniqueo, pero terriblemente eficaz, insiste en presentarnos a la "fortaleza Europa" como una ciudadela asediada, y a nuestros gobernantes como los arriesgados héroes que nos defienden contra un "peligro mortal": las "avalanchas" de inmigrantes y refugiados, amenaza para la estabilidad de la UE, para el sostenimiento de nuestro bienestar, nuestro estilo de vida, nuestros valores.
Los muertos en la madrugada del 19 de abril no fueron, obviamente, los primeros (basta con consultar, por ejemplo, este mapa). Tampoco los últimos. Pero su impacto sobre la opinión pública promovió tal debate que debiera permitirnos aprender algo. Creo que la lección más importante que hemos de extraer de lo sucedido en la semana transcurrida entre del naufragio –uno más- que supuso la muerte de más de 800 personas en el canal de Sicilia, en la madrugada del sábado al domingo 19 de abril y las reacciones de la UE (reunión de los Ministros de Interior y exteriores en Luxemburgo el lunes 20 de abril; cumbre extraordinaria celebrada en Bruselas el jueves 23 de abril), es que aquellos a los que seguimos llamando « líderes europeos », no consideran prioritario el derecho a la vida. No, al menos, cuando se trata de la vida de los otros.