Al acabar la jornada laboral, a Alexandre* le gusta subirse a su bicicleta de carreras, con un cuadro negro de carbono que cuida con mimo, para volver a casa. Después de atravesar las puertas de su lugar de trabajo en el centro de Bayona, gira a la derecha por la calle Maubec, accede a la plaza de la estación, a su rotonda florida y sus cafeterías, y a continuación gira a la izquierda para coger el puente Saint-Esprit, que se extiende sobre el río Adur. Luego pedalea durante una hora; un viaje de veinte kilómetros hasta su casa en un pueblo tranquilo del País Vasco. Alexandre tiene un hijo, demasiado joven para pedalear, pero al que a veces lleva a hacer excursiones por el interior.
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Al acabar la jornada laboral, a Alexandre* le gusta subirse a su bicicleta de carreras, con un cuadro negro de carbono que cuida con mimo, para volver a casa. Después de atravesar las puertas de su lugar de trabajo en el centro de Bayona, gira a la derecha por la calle Maubec, accede a la plaza de la estación, a su rotonda florida y sus cafeterías, y a continuación gira a la izquierda para coger el puente Saint-Esprit, que se extiende sobre el río Adur. Luego pedalea durante una hora; un viaje de veinte kilómetros hasta su casa en un pueblo tranquilo del País Vasco. Alexandre tiene un hijo, demasiado joven para pedalear, pero al que a veces lleva a hacer excursiones por el interior.
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