Jean-Hervé Bradol, presidente de Médicos Sin Fronteras-Francia entre los años 2000 a 2008, sigue realizando misiones para esta ONG internacional : Somalia en 2007, Haití en 2010, Siria en 2012 y 2013 (para más información, léase la caja negra al final de este artículo). Su experiencia en Siria, país donde Médicos Sin Fronteras es una de las principales entidades humanitarias, sus 25 años de misiones sobre el terreno, hacen su testimonio – y el análisis de las condiciones en las que trabajan las ONG – especialmente valioso.
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MSF en el país de Al Qaeda y del Estado Islámico
Un día de finales del mes de agosto de 2013, junto con algunos miembros del equipo que yo mismo coordinaba, pasamos la tarde en una granja del noroeste de Siria. Hacía tres meses que MSF había abierto un hospital en la ciudad de Qabasin, en el distrito de Al-Bab. Desde esta base, también prestábamos apoyo a los equipos sirios, encargados de una de las campañas de vacunación, de la gestión de los pequeños hospitales o dispensarios y de la ayuda a varios campos de desplazados en los distritos de Manbij y As-Safira, en la Gobernación de Alepo.

Ese día, nos había invitado una familia de notables locales (civiles, religiosos y militares), con quien manteníamos estrechas relaciones laborales. La presencia no se limitaba a la familia que ejercía de anfitriona ; los asistentes eran hombres de diversos orígenes, en su mayor parte emparentados por vínculos matrimoniales con los miembros de diferentes familias. Así que había árabes, kurdos, turcomanos, ricos, pobres, urbanitas, rurales, hombres de diferentes sensibilidades políticas.
« ¿ Qué piensan de los yihadistas extranjeros ? »
Estaba intentando disfrutar de este momento de ocio cuando mi interlocutor me devolvió a la realidad al preguntarme mi opinión sobre los yihadistas extranjeros. Desde 2012, Jabhat an-Nuṣrah li-Ahl ash-Sham, que contaba en sus filas con combatientes iraquíes, saudíes, magrebíes, caucásicos, europeos occidentales, yemeníes, se había convertido en un grupo militar importante de la región. Inicialmente, sus militantes eran enviados a Siria por el Estado Islámico en Irak (EII) del que progresivamente se fueron separando. En la primavera de 2013, el EII intentó recuperar el control en sus filas al fusionar oficialmente ambos grupos bajo la denominación de Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL). Los dirigentes de Jabhat an-Nusrah rechazaron la fusión y juraron lealtad a Al Qaeda, lo que derivó en la deserción de un número importante de combatientes extranjeros al EIIL.
Al Qaeda, al que se había requerido que ejerciera de mediador, desaprobó el avance del Estado Islámico de Irak a Siria. De ese modo, el EIIL trató de volver a conseguir la hegemonía en el Norte de Siria y de hacerse con el control de puestos fronterizos con Turquía. Desde entonces, las relaciones entre el EIIL y los diferentes grupos de oposición siria, incluido Jabhat an-Nuṣrah, se convirtieron en inestables. Los enfrentamientos armados se multiplicaron, lo que permitió a las fuerzas armadas sirias recuperar terreno.
No éramos el único equipo en el Norte de Siria. Con 600 empleados sirios y extranjeros, alrededor del 10% de los trabajadores, MSF era uno de las pocas entidades de ayuda internacional que mantenía una importante actividad en los territorios bajo control de la oposición. Además de nuestra misión en Qabasin, también había un equipo en la gobernación de Al Hasaka, controlado por las milicias del Partido de la Unión Democrática. Otros cuatro equipos intervenían en los distritos de Tal Abyad (gobernación de Ar Raqqah), de Azaz (gobernación de Alepo), de Harem y de Jisr Ash-Shughur (gobernación de Idlib).
Todos los equipos de MSF – a excepción de los basados en la gobernación de Al Hasaka y en el distrito de Harem, de la gobernación de Idlib – habían asistido al acceso al poder del EIIL en las ciudades. Al igual que sucedía en Qabasin, que pasó a estar controlado por el EIIL en agosto de 2013, los comandantes de esta organización fueron explícitos al solicitar a los equipos de MSF que continuaran trabajando o a pedir su regreso, en aquellos casos en que se habían retirado a Turquía durante los combates.
Mi interlocutor se disponía a dirigirse a una de las líneas del frente de Alepo como imam y francontirador de un grupo islámico sirio bastante arraigado en la región. Alababa los méritos de estos yihadistas venidos del extranjero para ayudar a la oposición siria cuando todo el mundo la había abandonado ante las fuerzas armadas lealistas.
« Tienen mala prensa en Occidente, pero combaten de nuestro lado », me decía, para referirse a sus nuevos amigos, llegados de todas partes del mundo para hacer la yihad. Por su parte, los gobiernos extranjeros que apoyan a la oposición habían limitado su ayuda militar : lo suficiente como para que la oposición no desapareciese, aunque no lo bastante como para hacer caer el régimen. En su conjunto, la oposición siria ofrecía un espectáculo lamentable tanto a los sirios como al resto del mundo : incoherente, desunida, corrupta, en parte criminalizada, militarmente poco eficaz, atenazada por un lado por las tropas de Bashar Al Assad – apoyadas por el Hezbolá libanés y las milicias iraquíes – y, por otro lado, por los soldados del EIIL.

De hecho, lo que le interesaba a mi interlocutor era saber si estábamos dispuestos a mantener nuestra presencia mientras que el EIIL y los grupos sirios vinculados a Al Qaeda ganaban influencia día a día.
Él sabía que habíamos alcanzado ya cierto entendimiento con la mayor parte de las organizaciones de yihadistas sirias para proporcionar ayuda humanitaria médica. Pero, ¿ compartíamos lo que él consideraba la opinión dominante en « Occidente », una hostilidad radical frente a los movimientos yihadistas transnacionales, el más conocido de los cuales era Al Qaeda ? En el fondo, ¿ éramos neutros e independientes, tal y como pretendíamos ?
La ciudad entera conocía la inquietud que la llegada al poder del EIIL había provocado en el seno de nuestro equipo ya que nueve, de los 14, miembros del personal internacional, habían decidido irse a finales del mes de agosto de 2013. « ¿ Qué haremos cuando comiencen a cometer atrocidades ? ¿ Por qué no irnos inmediatamente antes de que nos ataquen ? », decía nuestra enfermera jefe, que seguía al pie del cañón.
Una simple búsqueda en Google confirmaba de inmediato sus preocupaciones. Diez años antes, los fundadores del EIIL habían reivindicado el atentado contra la sede de las Naciones Unidas en Bagdad. También eran considerados los autores del ataque perpetrado, en Irak, en 2003, con la ambulancia bomba en la sede del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR). Los combatientes del Estado Islámico en Irak, conocidos por haber filmado y difundido en internet la decapitación de 17 rehenes – y criticado por ello por Al Qaeda –, habían reivindicado la masacre de miles de civiles en cientos de atentados cometidos, sobre todo, desde 2010.
Además, teníamos muy presente la historia reciente de nuestros dos colegas, que acababan de ser liberados el 18 de julio, en Somalia, tras permanecer secuestrados 644 días, una detención marcada por la importante suma de dinero exigida para su liberación. Aunque no eran los únicos implicados, los representantes locales de la yihad transnacional, Ḥarakat ash-Shabab al-Mujahidin, habían desempeñado un papel en el secuestro de nuestros dos colegas.
Además de tener que trabajar bajo un previsible régimen del terror, donde la acción médica humanitaria podría perder rápidamente sentido, estábamos expuestos a posibles arrestos y secuestros. Las dos acusaciones más frecuentes realizadas por las organizaciones yihadistas contra los organizaciones humanitarias extranjeras eran recurrentes y por tanto bien conocidas : espionaje y proselitismo antiislámico. A la vista de los antecedentes del EIIL, las dos escapatorias probables a las que estábamos expuestos, tras una larga detención, era el canje por una cuantiosa suma de dinero o la muerte.
Escapar a una u otra de estas suertes poco envidiables pasaba por estar informados, o incluso ser protegidos, por individuos y grupos de combatientes. A mi parecer, no era imposible que personas como mi interlocutor y el grupo con el que combatía pudiesen desempeñar un papel así.