Empieza a cundir el temor en distintos ámbitos de la izquierda española, de forma transversal y por encima de las siglas, acerca de las consecuencias electorales que podría provocar la crisis catalana.
Escribir cartas pensando más en el público que en el destinatario y dando por descontado lo que responderá el otro es un método de diálogo tan eficaz como el de dos locos hablando solos mientras caminan por distintas aceras. Mariano Rajoy anda (más seguro que deprisa) por la senda de la legalidad constitucional, escoltado por Pedro Sánchez y por Albert Rivera, mientras Puigdemont y sus aliados han decidido avanzar saltándose esa legalidad e incluso la que ellos mismos aprobaron en el Parlament y dan por refrendada en un referéndum sin Sindicatura Electoral y sin garantías mínimas que lo hagan homologable o vinculante.