La isla anglonormanda, situada a apenas una hora y veinte minutos de Francia, ha logrado pingües beneficios gracias a la eliminación del impuesto de sociedades y al compromiso de mantener en secreto el nombre de los defraudadores que se esconden detrás de ese entramado empresarial conocido como “trust”. Se trata, no obstante, de un “éxito” a un precio demasiado elevado.
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EmbarcarseEmbarcarse con destino a Jersey en la localidad bretona de Saint-Malo, al norte de Francia, supone sumergirse en una atmósfera extraña. Ya en la misma terminal portuaria, la compañía que conecta Francia con la mayor de las islas anglonormandas utiliza como reclamo en sus ferris « la evasión ya está a bordo ». Al poner un pie en el barco, es posible comprobar que está matriculado en Nassau, en Bahamas, conocido paraíso fiscal por el pabellón de conveniencia que ofrece a todos los armadores de cualquier parte del mundo. Tras una hora y veinte minutos de travesía, al desembarcar en Saint-Hélier, la agradable capital de Jersey, llama la atención el número de placas metálicas que relucen en las paredes. Remiten a bancos, abogados fiscalizas o a domiciliación de sociedades que amasan una fortuna en la isla, segundo territorio europeo con mayor riqueza por habitante, tan solo por detrás de Luxemburgo.