Para aquellas y aquellos interesados en el cambio climático y que trabajan desde hace años en la materia, que consideran que no es un problema de química de la atmósfera, sino una cuestión provocada por la sociedad, estamos en un momento muy extraño. Las siglas COP21, la 21ª Conferencia de las Partes de la ONU, el nombre técnico con que se conoce la cumbre del clima que comenzará en Le Bourget [en las inmediaciones de París] el 30 de noviembre, están omnipresentes: en las pantallas publicitarias de los pasillos del metro, en los comunicados de prensa de las empresas del CAC 40, en los proyectos de exposición de arte contemporáneo, en las salas de cine, en la Torre Eiffel, en las manzanas cultivadas en el Mosela, en los sondeos de opinión, en boca de Jean-Pierre Elkabbach en Europe 1, en los tuits de la estación espacial norteamericana. Es innegable: el interés por las negociaciones relativas al clima, en marcha desde hace 20 años, no se limita al círculo de expertos. La perspectiva de alcanzar un acuerdo contra el cambio climático se ha convertido en una cuestión que interesa al gran público.
Cumbre del clima, la máquina de blanquear conciencias
Nosotros somos responsables de la catástrofe climática. Sin embargo, una máquina de irresponsabilidad se ha puesto en marcha: la concepción del clima como algo externo a nosotros mismos, sin relación con nuestras políticas públicas, nuestro estilo de vida, nuestras opciones electorales, nuestra visión del desarrollo.
23 noviembre 2015 à 18h50