Basta con decir Otelo. Sin nombres ni apellidos. Todos sabemos quién es. El hombre que montó toda la operación de los capitanes de abril y comandó, desde su puesto, el alto mando de Pontinha, en la periferia de Lisboa, la Revolución de 1974. No salió a la calle a celebrar la fiesta. Tampoco estaba en las fotografías de los soldados encima de los tanques, con los claveles metidos en las armas, símbolos supremos de una revolución ejemplar donde no se derramó sangre. El 26 de abril salió solo de la sala donde había pasado las últimas 36 horas y cerró la puerta. Él que era, en aquel preciso momento, el gran héroe de la Revolución.
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Basta con decir Otelo. Sin nombres ni apellidos. Todos sabemos quién es. El hombre que montó toda la operación de los capitanes de abril y comandó, desde su puesto, el alto mando de Pontinha, en la periferia de Lisboa, la Revolución de 1974. No salió a la calle a celebrar la fiesta. Tampoco estaba en las fotografías de los soldados encima de los tanques, con los claveles metidos en las armas, símbolos supremos de una revolución ejemplar donde no se derramó sangre. El 26 de abril salió solo de la sala donde había pasado las últimas 36 horas y cerró la puerta. Él que era, en aquel preciso momento, el gran héroe de la Revolución.
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