Dos años después de la caída del Estado Islámico, la organización terrorista ha multiplicado las amenazas y las ejecuciones en Siria en los últimos meses. En la sombra, vuelve a recaudar el dinero necesario para recuperar el control de un territorio.
La eliminación del fundador del difunto « califato » islámico no pesará mucho en el desastroso balance del presidente estadounidense en Oriente Medio, donde ha acumulado estrategias erróneas y sonados fracasos.
La caída de Mosul, después de nueve meses de combates, deja entrever la inexistencia de un plan nacional o internacional post-Daech. La ciudad corre el riesgo de ser el laboratorio de aquello en lo que podría llegar a convertirse toda la región, alejada de cualquier tipo de reconciliación nacional.
Los atentados de Londres se inspiran en los escritos de varios teóricos de la yihad que apuestan por recurrir a otras formas de terrorismo: descentralizado y respaldado por individuos armados por sus propios medios.
La toma de la antigua capital económica de Siria, presentada por Damasco y sus aliados como una victoria decisiva, supone un importante revés para los insurgentes. Bachar al-Assad continúa en el poder pero gobierna, apoyado por Rusia e Irán, un régimen y un país en ruinas.
Controlando el 60% de los recursos sirios de petróleo, Daesh se ha apoderado de un recurso estratégico para financiar su guerra y los territorios bajo su control. El colapso de los precios y los repetidos ataques militares destinados a interrumpir la producción y el tráfico comienzan, sin embargo, no es fácil socavar su poder financiero.
El investigador, especialista en Daech e Irak, explica cómo el Estado Islámico trata de trasladar a Francia la estrategia que ha empleado con éxito en Oriente Medio. Y esboza algunas propuestas para frenar el avance de esta organización.
El Estado Islámico integra todo un batiburrillo orientalista que va de Lawrence de Arabia a Juego de Tronos. Sin llegar a entenderlo, Occidente libra contra esta organización una guerra más propia de otros tiempos, con la pretensión de acabar con una crisis global que también se juega fuera del campo de batalla. Peor aún, al luchar contra estos molinos de viento, la « coalición » está avalando que se amordace a sociedades civiles en ebullición.
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