La compañera de carrera de Biden denunció la gestión de la pandemia por parte de Donald Trump en un debate con el vicepresidente republicano el miércoles por la noche, calificándola como « el mayor fracaso de cualquier administración presidencial en la historia de nuestro país ». Un intercambio más educado que el enfrentamiento de la semana pasada entre Donald Trump y Joe Biden.
Lejos de ser un punto de inflexión social de la derecha estadounidense, Trump encarna las doctrinas económicas y políticas más duras. Con él, los conservadores buscan asentar el sistema de poder contra la sociedad. La primera crónica de Harrison Stetler antes de las elecciones.
La Covid-19 ha sacudido la campaña electoral estadounidense. Pero sobre todo ha sacado a la luz, bajo la máscara del grotesco poder de Trump, las violentas tropas de la Alt-right y las milicias supremacistas que suponen una verdadera amenaza para el escrutinio.
Cuatro años después de su elección, Donald Trump se ha hecho con el control del Partido Republicano, que acaba de celebrar su convención nacional. Poco queda de las voces más moderadas, ahora silenciadas o ausentes.
Donald Trump, en caída libre en los sondeos desde la primavera de 2020 tras su catastrófica gestión de la pandemia, ha decidido separarse de su director de campaña, Brad Parscale, cuatro meses antes del escrutinio presidencial. En el centro del sistema de Trump, Parscale fue quien apostó por la tecnología digital y el poder de Facebook en la campaña presidencial de 2016.
La pandemia del coronavirus ha tenido un efecto lupa sobre una nueva forma de tiranía que se despliega a escala mundial. Sigue expandiendo su imperio, en Estados Unidos, Brasil, Filipinas, Reino Unido, Italia... En Francia, todavía no se ha encarnado en una figura política. Pero muchos bufones sienten crecer sus alas hasta el punto de perturbar al Palacio del Elíseo.
Ante la presión y la controversia, los líderes de la liga profesional (NFL) han dado un giro de 180 grados. El jugador Colin Kaepernick, considerado un paria desde 2016 por protestar contra la violencia racial y policial poniéndose de rodillas, podría ser rehabilitado.
Como guardianes de la paz pública, la policía es el espejo de un Estado. Cuando el racismo la gangrena, es porque el poder, sus cúspides y sus élites, están enfermas, infectadas por un odio sordo hacia la democracia, el pueblo, la igualdad. Esta constatación es válida para Francia, no sólo para Estados Unidos.
El asesinato de George Floyd, un hombre negro de Minneapolis, por la policía, ha desencadenado un movimiento de protesta histórico en Estados Unidos. Más de 140 ciudades se han convertido en el escenario de manifestaciones a veces violentas. La primera potencia mundial, socavada por la desigualdad y la crisis económica, redescubre dramáticamente, en medio de una pandemia, el alcance de sus tensiones sociales y raciales, exacerbadas desde la cúspide del Estado por un presidente incendiario.
El candidato elegido por los votantes demócratas para impedir un segundo mandato del actual inquilino de la Casa Blanca, está protagonizando una extraña campaña desde su casa en Delaware. Mientras una antigua colaboradora le acusa de agresión sexual, el exvicepresidente de Barack Obama espera ganar el próximo 3 de noviembre valiéndose de la unidad nacional frente a Donald Trump, desacreditado por su gestión de la pandemia.
Donald Trump ha decidido suspender la financiación estadounidense a la Organización Mundial de la Salud, acusada de encubrir las mentiras de China y de haber tardado demasiado en reaccionar. Críticas sutilmente compartidas por Francia. La historia es más compleja, ya que el organismo internacional es cuestionado cada vez que se declara una crisis sanitaria.
La pandemia no sólo es « intratable » en el sentido terapéutico –por el momento la medicina no ha encontrado un tratamiento específico-, sino que es políticamente « intratable » porque pone de manifiesto la impotencia de los Estados ante los grandes desafíos actuales.
Charlottesville, Pittsburgh, El Paso, etc. Los asesinatos y ataques cometidos por los supremacistas blancos son ahora la principal amenaza para la seguridad en Estados Unidos, según el FBI. Una confesión tardía. Después del 11-S, la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) se negó durante mucho tiempo a autentificar la amenaza.
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