La UE ha comenzado a enviar a los refugiados de Grecia a Turquía. François Crépeau, relator especial de Naciones Unidas sobre los derechos humanos de los migrantes, analiza el viraje de las políticas de los Veintiocho en la gestión del éxodo sirio.
Dos voluntarias españolas que colaboraron en el puerto de El Pireo, en Grecia, relatan su experiencia a infoLibre, socio editorial de Mediapart. Más de 5.300 refugiados llevan semanas viviendo en condiciones pésimas en la instalación portuaria ateniense.
A pesar de los intentos de sabotaje del Ejecutivo, el campo de refugiados construido en Grande-Synthe por MSF ha abierto sus puertas. La filosofía de estos alojamientos es totalmente opuesta a la de los contenedores instalados por el Estado para borrar del mapa la «jungla» de Calais.
Europa es incapaz de poner en marcha políticas coherentes dirigidas a acoger a los refugiados. Acaba de ponerse de manifiesto con la externalización de la crisis migratoria a Turquía, medida que deja de lado los valores fundamentales de la Unión Europea.
Marruecos, la frontera sur de Europa olvidada por los medios de comunicación, el buen vigilante de Bruselas, complica aún más el viaje de los inmigrantes que tratan de alcanzar los enclaves españoles. Los refugiados sirios no son ninguna excepción. Desde hace meses, decenas de familias están atrapadas en Nador, ciudad nororiental de Marruecos, frontera con Melilla, en busca del ‘Dorado europeo’.
Las principales organizaciones internacionales, el PMA y el ACNUR, están desbordadas. El gobierno libanés limita las oportunidades de trabajo y educación de los inmigrantes. Las tensiones con la población libanesa se multiplican: después de cuatro años de guerra, viajar a Europa es la única esperanza de los refugiados sirios en Líbano.
Desde hace un año, Kosovo, Montenegro, Albania, así como Bosnia-Herzegovina, Croacia y Serbia se enfrentan a los mayores índices de exilio de la historia en tiempos de paz. Sin embargo, estos inmigrantes tienen pocas posibilidades de obtener asilo en Europa occidental.
Los refugiados ven cómo las fronteras de Europa se van cerrando una a una. En Austria, lugar de tránsito hacia Alemania, permanecen hacinados. Unas 18.000 personas aguardan con la esperanza de alcanzar los países del norte de Europa.
Los ministros de los Estados miembros, reunidos en Bruselas el pasado 14 de septiembre, fueron incapaces de establecer un mecanismo de solidaridad para redistribuir a los miles de refugiados que llegan a Europa. El rechazo toma fuerza: mientras Alemania, Austria y Eslovaquia cierran sus fronteras, Hungría erige su muro anti-inmigrantes.
Una vez concretada la cifra de 17.680 solicitantes de asilo que acogerá España, son varios los interrogantes que están sobre la mesa. Entre ellos, cuándo empezarán a llegar, a qué comunidades, cuánto cuesta acogerlos y quién lo paga y qué derechos tendrán.
Berlín ha anunciado que destinará 6.000 millones de euros a los municipios que acogen refugiados. A pesar de la bonanza económica del país, ¿será capaz Alemania de integrar en su economía a estos miles de personas? Reportaje desde Baviera.
Decenas de consistorios de partidos de todos los signos se organizan para acoger a cientos de refugiados en España. La iniciativa vio la luz en Barcelona, donde el Ayuntamiento aseguró que haría « todo » lo que pudiera para participar en la creación de una red de ciudades-refugio. Desde entonces, ciudades y autonomías comienzan a movilizarse para frenar el « drama humano » mientras el Ejecutivo declina valorar estas propuestas.
Mientras Francia se niega a poner en marcha medidas a la atura de la magnitud de la crisis de refugiados, Alemania, donde la derecha y la izquierda apuestan por una activa pedagogía política, reivindica acoger a cientos de miles de personas.
En los últimos meses, los términos empleados para describir los fenómenos migratorios se han invertido adquiriendo nuevos significados. Difundidos en el espacio público, alimentan los temores, fabrican la exclusión y refuerzan la política de « seguridad » propia de las autoridades europeas.
A cambio de « mejorar la seguridad » del puerto de Calais y del túnel del Canal de la Mancha, Francia se compromete a vigilar las fronteras de Gran Bretaña. Mientras, en Vitimille y Menton, la policía multiplica los controles raciales. El ministro del Interior Bernard Cazeneuve asume el papel del nuevo guardián de Europa rompiendo algunos principios jurídicos europeos.