Desde su llegada al ministerio del Interior, Gérald Darmanin no ha dejado de adular al ala más extremista de las fuerzas del orden. El resultado es un desorden general marcado por un importante aumento de la violencia policial en Francia. Es hora de establecer las responsabilidades políticas en esta deriva autoritaria.
Este lunes por la noche, migrantes y periodistas fueron brutalmente tratados por la policía durante la evacuación de un campamento en la Plaza de República de París. Este momento de inaudita violencia parece ser el precipitado de los excesos del poder macronista, cuyos ingredientes liberticidas son obvios. Si algunos en la mayoría parlamentaria han absuelto silenciosamente muchos errores desde 2017, ¿perdonarán el deshonor?
Por mandato del Consejo de Derechos Humanos, varios expertos interrogan al Gobierno francés sobre un proyecto de ley que podría « socavar el estado de derecho ». Entrevistado por Mediapart, Michel Forst, ex relator especial de Naciones Unidas, considera que este texto « agravaría el dispositivo de represión policial ».
La Asamblea Nacional debate un polémico proyecto legislativo de « seguridad global », la materialización de una « promesa » hecha a los sindicatos de la Policía. El proyecto de ley prevé sanciones por el uso « malintencionado » de imágenes de las fuerzas del orden, una forma encubierta de censura. Impedir el control y la transparencia, es la única forma que las fuerzas del orden han encontrado para tratar de conservar parte de su tan desgastada legitimidad en Francia.
Como guardianes de la paz pública, la policía es el espejo de un Estado. Cuando el racismo la gangrena, es porque el poder, sus cúspides y sus élites, están enfermas, infectadas por un odio sordo hacia la democracia, el pueblo, la igualdad. Esta constatación es válida para Francia, no sólo para Estados Unidos.
La muerte de George Floyd ha provocado una ola de apoyo internacional. Estas protestas son una oportunidad para denunciar la brutalidad policial y la discriminación racial en todo el mundo.
En la prensa o en las redes sociales, la comunidad negra pide a los blancos que utilicen su posición privilegiada en la sociedad para ayudar a combatir las desigualdades raciales.
El asesinato de George Floyd, un hombre negro de Minneapolis, por la policía, ha desencadenado un movimiento de protesta histórico en Estados Unidos. Más de 140 ciudades se han convertido en el escenario de manifestaciones a veces violentas. La primera potencia mundial, socavada por la desigualdad y la crisis económica, redescubre dramáticamente, en medio de una pandemia, el alcance de sus tensiones sociales y raciales, exacerbadas desde la cúspide del Estado por un presidente incendiario.
La decisión de movilizar las tropas, el sábado 22 de marzo, para contener las manifestaciones de los « chalecos amarillos » en París, no tiene precedentes desde las grandes huelgas de 1947-1948. Año tras año, los movimientos sociales son criminalizados y las libertades ultrajadas. Hombre sin límites y sin memoria, Emmanuel Macron traspasa una nueva frontera.
Decenas de manifestantes han resultado heridos en Francia en los últimos meses en diferentes protestas contra la reforma laboral. Tras años de deriva, el Gobierno ha recurrido a la estrategia de la tensión. Es el momento de investigar esta estrategia incendiaria.
En Francia, donde la violencia policial protagoniza las manifestaciones y movilizaciones contra la reforma de la ley laboral desde hace semanas, Bernard Cazeneuve, ministro del Interior, se pasea de medio en medio para denunciar, alto y claro, a los « revienta manifestaciones extremistas ». Sin embargo, sería mejor que se ocupara de restablecer el orden entre las fuerzas de seguridad, instrumentalizadas para desacreditar al movimiento social.