En Francia, un presidente desgastado puede cambiar la situación gubernamental por su propio placer político. Este presidencialismo nos embrutece e infantiliza. En una democracia inteligente y adulta, estos cambios serían el resultado de elecciones colectivas, las de la mayoría parlamentaria o del partido mayoritario.
¿Qué clase de mundo habitaremos pasada la tormenta? ¿Un nuevo capítulo del libro kafkiano y orwelliano que la humanidad está escribiendo en lo que llevamos de siglo XXI; un nuevo paso por la senda del capitalismo salvaje, el autoritarismo político y el apocalipsis climático? ¿O, por el contrario, el comienzo de una regeneración que haga compatibles las libertades individuales con la primacía del interés general sobre el particular?
Como guardianes de la paz pública, la policía es el espejo de un Estado. Cuando el racismo la gangrena, es porque el poder, sus cúspides y sus élites, están enfermas, infectadas por un odio sordo hacia la democracia, el pueblo, la igualdad. Esta constatación es válida para Francia, no sólo para Estados Unidos.
Presidente del desorden, la penuria y las mentiras, Emmanuel Macron fracasó en sus deberes ante la prueba del Covid-19. La destitución de este presidencialismo arcaico es un imperativo político para fundar una verdadera República.
El pasado sábado 7 de marzo, la última etapa de la marcha nocturna contra la violencia machista fue violentamente reprimida en París. Una ilustración del enfrentamiento entre las militantes de la revolución feminista y los defensores del orden establecido. Entre dos mundos.
En el juicio de extradición de Julian Assange, iniciado esta semana en Londres, el periodismo es el acusado. El fundador de WikiLeaks no es un espía, sino un activista que defiende un derecho fundamental: el derecho a saber todo lo que es de interés público. Por eso apoyamos su causa.
El malestar nacionalista despierta en un momento en el que se demuestra que el Estado español no ha sabido solucionar sus pulsiones ni centralistas ni periféricas. Los nacionalismos generan comportamientos egoístas y excluyentes. Los nacionalismos se retroalimentan, la fiebre de uno se convierte en la alta temperatura de su rival.
La salida del príncipe Guillermo y de su esposa Meghan de la « firma » –el nombre con el que la Casa Real británica le gusta denominarse a sí misma– parece una metáfora del darwinismo social derivado del Brexit. Los partidarios de la salida de la Unión Europea hacen soplar vientos de chovinismo en Reino Unido.
¿Podemos imaginar que un hombre sospechoso de múltiples robos, de carterismo, o de agresión sexual tenga el privilegio de representar a Francia en el extranjero? No. Y sin embargo, un hombre sospechoso de corrupción, tráfico de influencias o financiamiento ilícito de campañas presidenciales puede hacerlo. Se trata de Nicolas Sarkozy. Gracias a Emmanuel Macron.
Ejecutado por orden de Donald Trump, el asesinato del general Qassem Soleimani, líder militar iraní de alto rango, es un paso más hacia el abismo guerrero. Si el futuro nunca está escrito, ¿cómo ignorar que el poderío estadounidense está poniendo en peligro al mundo con su comportamiento de Estado delincuente, pisoteando el derecho internacional? Francia se sentiría honrada de decirlo alto y claro.