La historia de la izquierda está plagada de momentos donde lo esencial es, muy a menudo, puesto en riesgo, cuando aquellos que la proclaman y la abanderan traicionan sus bases más esenciales. Ya no se trata de si estamos de acuerdo o no con las políticas económicas, sociales, o europeas llevadas a cabo, la cuestión que se plantea hoy ahoga, de forma permanente, una identidad política, más allá de sus consecuencias momentáneas. Incluso, si esta no es propietaria de la moral o del bien, la izquierda, en nuestra historia republicana, se ha construido a partir de la exigencia democrática fundamental fruto de la filosofía del derecho natural y de su primera traducción política: la Declaración de los Derechos Humanos de 1789. Esta ha sido siempre su escudo, su grito de lucha, su último refugio.
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