Decididamente, la telenovela sobre la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca continúa como una embarcación ebria de vodka. Tras las polémicas durante la campaña contra Hillary Clinton (las mujeres, los inmigrantes, la vulgaridad, y la sospecha de incompetencia), tras las reyertas sobre las futuras nominaciones de los miembros de su gobierno (el clientelismo, los banqueros, los militares, los ultras), aquí llega otro episodio: la polémica sobre la afiliación del futuro presidente de Estados Unidos a la Rusia de Vladimir Putin. Más allá de estas mismas acusaciones, lo más destacable reside en el origen de estas sospechas: las agencia de inteligencia estadounidenses.
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