En manos de jeques del golfo o de oligarcas rusos, el fútbol mueve fortunas en Europa. Poder social, rentabilidad e influencia política atraen a los inversores hacia un deporte global. La hegemonía extranjera ha llegado a España porque las teles y las taquillas ya no bastan para sostener el negocio. Por Alberto Luis Cabello para tintaLibre.
Cada vez que Fernando Torres o Juan Mata aprietan el botón del agua caliente en los vestuarios de Stamdford Bridge, el estadio del Chelsea, arranca una cadena de sucesos que finalmente terminan por explicar algunas de las claves económicas que sustentan el fútbol del siglo XXI. El combustible que procura una temperatura apropiada para la ducha de los dos futbolistas españoles del equipo londinense procede de la compañía estatal rusa Gazprom, la mayor gasista del mundo, que el pasado verano se convirtió en la suministradora de gas y electricidad del conjunto inglés para las siguientes tres temporadas. Mientras Mata y Torres abren un grifo insignificante en la parte baja del campo, en la más alta el dueño del equipo, Roman Abramovich, mantiene activo el chorro de otro sí mucho más trascendente del que llegan millones de « gaseorublos » desde San Petersburgo para mantener al equipo en la élite europea.