La buena noticia de esta elección es que acentúa la crisis del presidencialismo francés. La mala es que se juega a la ruleta rusa. La elección es tan aleatoria que se llevará a cabo bajo la presión de los eventos, a la estela del último atentado cometido en París. Es por este motivo que, más allá del voto, debemos apostar por la sociedad y la movilización de sus ciudadanos.
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¿Cómo no saborear esta campaña donde, hasta el final, nada sucede como estaba previsto por y para el viejo mundo político y mediático? Un mundo que ya no sabe a que sondeo ceñirse, asustado por el ascenso de los insumisos de Jean-Luc Mélenchon, tras la sorpresa que causó la emergencia de los caminantes de Emmanuel Macron. Cómo no ver esta paradoja en la que lo que se deshace ante nuestros ojos es el objeto mismo del escrutinio: la reducción de la voluntad de todos en el poder de uno solo.