La toma de la antigua capital económica de Siria, presentada por Damasco y sus aliados como una victoria decisiva, supone un importante revés para los insurgentes. Bachar al-Assad continúa en el poder pero gobierna, apoyado por Rusia e Irán, un régimen y un país en ruinas.
Tras un mes de bombardeos y de destrucciones devastadoras por parte del régimen de Damasco y de sus aliados, la caída de los barrios sublevados de Alepo ya es un hecho. La ofensiva final contra los sectores rebeldes, iniciada el pasado 15 de noviembre y ejecutada principalmente por la aviación rusa, le ha supuesto el golpe de gracia a una ciudad en ruinas, donde sus últimos habitantes –hambrientos y agotados después de cuatro años de penurias, de terror y de desafíos–hace mucho tiempo que no tienen hospitales, centros de salud, mercados ni escuelas. Bombas, cohetes y obuses han destruido la mayoría de estos objetivos civiles -obviando las leyes de la guerra- y buena parte de los vestigios históricos de esta ciudad milenaria.