La fábula del ataque al hospital parisino Pitié-Salpêtrière por una horda de manifestantes violentos durante la manifestación del 1 de mayo, es la mentira de más de un poder que niega la realidad de su impopularidad. Su deriva autoritaria lo convierte en cómplice de lo peor: la ruina de toda ética democrática. Mentiras y represión son las dos caras de una misma política de humillación y negación contra aquellos que, haciendo uso de su condición de ciudadanos, han salido de su aislamiento y soledad para defender la causa común de la igualdad.
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LaLa mentira sobre el irrastreable « ataque » al hospital Pitié-Salpêtrière por una horda de manifestantes violentos, no puede ser imputada únicamente a la incompetencia del ministro del Interior Christophe Castaner (lea el artículo de Ellen Salvi, en francés). Esta mentira, repetida en bucle por altos funcionarios, desde el primer ministro, pasando por la ministra de Sanidad y el director de la AP-HP, no es más que la enésima provocación de un poder que no ha cejado, desde la aparición de los chalecos amarillos, de violentar incesantemente a quienes le contestan, con el uso de palabras de propaganda o de actos de represión.